jueves, 30 de octubre de 2008

La Gata Varela




Hay letras que me erizan la piel. Esta es una de ellas. Y la voz de Adriana...en fin...

jueves, 23 de octubre de 2008

John Steed y Emma Peel

Estoy sumamente apenada. Ya hace un año que no formo parte de tu equipo, pero todavía no pude despegarlos de mis entrañas. Quizás, al no tener la incertidumbre de la entrada económica, me duelen otras pérdidas. No puedo dejar de preocuparme por todos los que quiero, que no son muchos, como sabrás. Aún así, lo lamento en el alma por todos.
Hoy pensaba en todas las cosas que alguna vez me dijiste. En lo contento que estabas con esta gestión, en todo lo que en tan poco tiempo, después de luchar durante años pudiste hacer por la gente del interior. En las recategorizaciones. En lo mucho que te había costado armar tu equipo.
Sé lo que laburaste para que te dieran la jefatura. Sé de tu esfuerzo, de tus ganas, de tus esperanzas y tus hastíos. Sé de lo mucho que te lo merecías y de lo poco que parece que durará.
Ayer, eras el amargado que atendía el teléfono y me pedía que le mande un mail para pedir los arreglos del sistema. Fuiste el que dejó mi silla vacía las dos veces que me fuí con mi panza de casi nueve meses. Y el que me recibió sonriente, tres meses más tarde. Me enseñaste sobre la paciencia y la perseverancia, sobre lo inútil de la desesperación, sobre códigos y respeto.
Y hoy pienso en todo lo que hiciste por toda la gente que tenés a cargo y recorro tu camino hasta llegar a esa oficina frente al escritorio que supo ser mío. Y te admiro.
Recuerdo el mediodía en el comedor en el que te dije que me venía a vivir al sur. Y tres días más tarde mientras fumábamos un cigarrillo en el balcón me dijiste que te estaba abandonando.
Hace mucho más de un año que dejaste de ser mi jefe. Como te dije alguna vez, perdiste el título una noche de empanadas y tamales muy lejos de casa. Hoy sos mi amigo del alma, quizás por eso, tu pérdida sea también la mía.
Lamento profundamente que te corten las alas. Pero sabés volar. Yo sé que cuando nadie te mire podrás volar alto.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Rueditas, pistilos y punto fantasía

Domingo. Frío y lluvia más tarde. Papá y princesa salieron a andar en bici juntos, por primera vez.


Esto señores, es un ramo de flores. Aprendan.


La próxima vez, punto Jersey. Ni muerta andar inventando puntos. Este sweater me costó sangre, sudor y lágrimas. Y he comprendido que odio destejer. Por fin se terminó. Ahora sólo resta prenderlo fuego, porque con tanto trabajo que me dio, lo detesto.


domingo, 19 de octubre de 2008

Feliz día mami

Te extraño, aunque hace poquito que te ví, no me alcanza...




sábado, 18 de octubre de 2008

Rutilante

Cuando el padre de una amiguita de Guada al saludarme me dice: "Qué hacés flaca" es señal de que estamos nuevamente en el ruedo.

martes, 14 de octubre de 2008

¿Circo?

Los espectáculos infantiles son muy poco frecuentes en una ciudad tan chica como ésta. Por eso, cuando surge algo nuevo, la comunidad se alborota de tal manera que es imposible que uno no se entere de quién llegó al pueblo. El domingo fuimos al circo con nuestros amigos y sus nenes Max y Manu. Hacía más de veinte años que no pisaba una carpa. Una presentadora salida del programa de Ante Garmaz, auspiciada por Jean Cartier, que lo único que hacía era cambiar de atuendo cada cinco minutos desplegaba sus habilidades de recorredora de escenario, con una vincha dorada y medio centenar de años encima. El mismo que hacía equilibrio suspendido sobre unas telas, hacía magia y luego se convirtió en payaso. La primera equilibrista era la asistente del mago. Otro de los equilibristas era a su vez el que armaba una pista de madera para que un nene hiciera proezas con una bicicleta. Una preadolescente hacía malabares con los pies, pero comenzó su acto con un aro que se empecinaba en salir volando, así que en un rapto de locura, lo tiró al carajo con una bronca que de haber estado alguien atrás, lo cortaba al medio. Una de las chicas que hacía trapecio, una tal Melisa, era tan fea tan fea que Max preguntaba si eso era hombre o mujer. Porque encima de la carucha de la susodicha, tanto maquillaje y esa malla verde flúo que llevaba, creo que todos dudamos de su género.
La presentadora enfundada en un vestido de lentejuelas negro con un águila bordada en el pecho trataba por todos los medios de esconder con ambas manos el tremendo agujero que tenía en la costura del lado izquierdo del atuendo. Aún así, iba de punta a punta recordando cada diez minutos que la siguiente función comenzaba a las 21 hs. (como si uno tuviese ganas de volver).
La cosa es que en medio de esta decadencia, miro hacia mi derecha, y dos butacas más allá estaba sentado Gustavo Bermúdez. Y se me cayó otro ídolo. Pobre pibe, lo único lindo que conserva es la voz. Está tan hecho mierda que ya podría hacer de mi padre en la próxima telenovela.
Salimos de ese antro casi devastados y lo más lindo es que nos rompieron el orto como si hubiésemos visto el Cirque du Soleil.

sábado, 11 de octubre de 2008

De cómo un día normal se convierte en una noche maravillosa

Me levanté y tomé unos mates como todos los días. Preparé el almuerzo y llevé a los chicos al jardín. Fui al supermercado, volví a casa y guardé todo. Lavé los platos, colgué la ropa y ordené un poco. Salí un rato antes y pasé por la carnicería. Volví al jardín, y como todos los viernes, nos fuimos con mi única amiga local y sus hijos. Ella no tiene el auto martes y viernes porque el marido viaja por trabajo así que esos días yo los llevo de vuelta hasta su casa. En el camino, los chicos me piden venir a jugar a casa. Le pregunté a Silvia si quería venir a tomar unos mates o si prefería que la lleve y me volvía con los chicos. Vamos todos a casa. Los nenes toman la leche y salen a jugar afuera. Nosotras nos bajamos dos termos de mate. Llegó Néstor y calenté otra pava. Los chicos quisieron comer acá, así que les preparé unos capelletinis. Mientras tanto, corté hinojo y unos tomates para hacer una ensalada. Y cuando Silvia le avisó a su marido que se quedaban acá, él dijo que se volvía de Junín y pasaba por la heladería antes de venir. Comieron los nenes y cuando llegó Horacio puse unos bifes de chorizo en la plancha y comimos los cuatro con unas botellitas de tinto patagónico mientras pensábamos a qué lugar del caribe con servicio "all inclusive" íbamos a ir dentro de cinco años. Y estuve tan cómoda, comiendo un simple bife con ensalada, entre amigos nuevos tan parecidos a nosotros, tan sencillos, tan macanudos, tan simples.
Y lo mejor de todo es que por fin, después de tanto tiempo, veo a Néstor sonreír durante horas.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Almost lost

Así me siento cuando salgo a la calle. No hace tanto que me fui, ésta ciudad sigue siendo la misma y yo la encuentro tan distinta. Me cuesta creer la cantidad de autos que veo pasar, me ensordece el ruido y me asquea la mugre. Porque no es sólo la basura que hay tirada en el piso, sino la suciedad que se ve en todas partes. La falta de verde y los cielos celestes puros. De noche no veo las estrellas. No escucho teros ni bandurrias, sólo bocinas y gritos. Tomo un taxi y trabo las puertas y cuando camino por la calle llevo a mi hija agarrada bien fuerte, por temor a que me la arrebaten. Desconfío de todos y nadie me llama por mi nombre. Pregunto las cosas temerosa. He dejado de ser la mujer insolente que se llevaba el mundo por delante. Veo gente durmiendo en las calles y mendigando monedas en las ventanillas de los subtes. Noto la velocidad con que la gente se mueve, se traslada, habla, come y tipea.
Me siento atrapada en una agenda corta para tantos que parecen quererme. Quiero cumplir con todos y estoy exhausta. Quisiera mostrarles a mis hijos cosas que nunca verán por allá, pero no tengo cuándo. Quiero extender muchos momentos para disfrutarlos sin pensar en horarios. Quiero pasar horas hablando con mis amigas, entre mates y vinos como lo hicimos hasta ahora.
Quisiera quedarme un tiempo más.
Pero me he dado cuenta en una semana, que allí es donde debo estar. En mi montaña, en mi casita blanca con mis ventanas hacia la cascada, donde la escalera cruje cada vez que subimos o bajamos. Allí, donde no se escucha otra cosa que el silencio. Allí donde no existen rejas ni persianas, donde el olor a tostadas me despierta cada mañana. En la ciudad donde crecen las rosas en las veredas, donde no hay papeles en el piso, donde no existen los semáforos y donde todos, absolutamente todos, me llaman Nerina.