lunes, 22 de octubre de 2007

Némesis


Noche de calor, viernes, after office. En este afán que tengo últimamente de despedirme en continuado, me encontré con dos amigas. Tomamos primero unos mates, y a primera hora de la noche, taxi mediante, partimos rumbo a Plaza Serrano. Nos enteramos en el camino, gracias al chofer, que la plaza se llama Julio Cortázar, que trabajar frente a una computadora no permite que se oxigene el cerebro, por lo que hay que ponerse de pie e inspirando al son de 1,2,3,4 - 1,2,3,4 parar un poco porque no se puede vivir así. Nos bajamos en una esquina de la plaza y comenzamos a rodearla buscando algún lugarcito donde picar algo sentadas en la vereda. Después de dos vueltas, y cuando mis zapatos ya no me permitieron caminar más, encontramos un lugar todo monono con mesitas bajas, bancos con almohadones blancos y mozos vestidos cual monjes tibetanos. Picada para dos, abadejo para una y vino tinto para las tres. Casi inevitablemente terminamos hablando de gente conocida. Recuerdos viejos, algunos demasiado. Mucha gente alrededor, mucho idioma extranjero. Copas enormes y unos postres de antología. La charla se fue tornando cada vez más interesante y terminamos seis sentadas a la mesa, en vez de tres como cuando llegamos. Cada una dejó salir a su némesis y nos enredamos en confesiones inimaginables. El cielo se tornó rosado, el viento de tormenta soplaba por Honduras y los frutos de vaya a saber qué árbol me producían alergia. Me hubiese quedado vagando por esas calles durante horas, recordando lo fresca que se pone la noche cuando comienza a amanecer. Pero tome un taxi, y le pregunté si me llevaba a provincia.

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