miércoles, 31 de octubre de 2007

Misceláneas

Bajo este título, leerán las frases que cada tanto vienen a mi memoria. Algunas conocidas, otras no tanto, y muchas sólo yo las he escuchado. Todas, han quedado grabadas en mis entrañas por distintos motivos.
"No se cuál de las dos me gusta más, si la de negro o la de blanco."

martes, 30 de octubre de 2007

La barra de Don Bosco

Virrey Liniers al 100. Ella vivía en el primer piso de un PH. Hija única del matrimonio de sus padres, aunque tenía dos hermanas mayores y un cuñado, Cacho. No recuerdo cómo se llamaba la madre, qué señora macanuda. El padre en cambio, era un tiro al aire. Recuerdo una vez que faltó dos días de su casa, dijo que no sabía dónde había estado y hablaba sobre extraterrestres. No sabíamos si reír o llorar, pero él era así. Inimputable. Los viernes nos instalábamos en esa casa para comenzar un pijama party que duraría todo el fin de semana. Algunas nos quedábamos hasta el domingo, otras se iban los sábados. Abríamos las ventanas del comedor, la música fuerte y atados de More mentolados por todos lados. A veces bajábamos y nos quedábamos en la vereda hablando con medio mundo. Era un barrio joven, lleno de historias, de nombres, de músicos y de gente que terminó en televisión. Nos recuerdo adultos, hablando y actuando como si tuviésemos 30 y cuando nos veo en el video de mi cumpleaños de quince, nos reconozco niños, tan cabezas frescas, tan inconscientes.
Hoy recuerdo algunos nombres, algunas fiestas, cierto metejón. Muchas desilusiones.
Y me pregunto qué habrá sido de la vida de ella, y de Cacho.

domingo, 28 de octubre de 2007

Me recuerdo en tus manos


Alguien me recordó sobre sus manos. Que eran iguales a las de su abuela, aunque sin las pulseras fabulosas ni el esmalte clarito. Sí llevaban anillos simples. A veces yo le limaba las uñas, ella no veía bien. Y aunque no escribían dedicatorias hermosas con letra chiquita, sí rezaban por mí. Estaban llenas de arrugas y los dedos mostraban los signos de la artrosis; y aún así eran hermosas. Suaves como pocas cosas que he tocado. Sin marcas, sin asperezas, hidratadas casi hasta la inundación. Transparentes, de piel finita. Toqué su mano antes de irme esa noche. Recorrí su dedo índice, falange por falange, para robarme su suavidad y recordarla así. De seda.

viernes, 26 de octubre de 2007

Un nuevo juego


Y ahora comienza la despedida de ellos. Son sus últimos días en el Jardín que los cuidó desde los dos meses de vida. Cambiaremos los nombres de los amiguitos, de las seños y aprenderemos otras canciones. Mañana es el día de la familia, y el último acto que compartiremos juntos. El lunes les hacen la despedida, con globos y chizitos. Y mientras tanto, dos nuevas sillitas son reservadas para el año que viene a 1600 kilómetros de distancia. En una casa de madera, con árboles en su patio, a tres o cuatro cuadras del lago. Cambiarán sus horarios, se levantarán más tarde, almorzarán con mamá y tendrán siete horas más por día para jugar en casa, o afuera, cerca de la montaña. Aprenderán en el jardín a tomar mate, a andar en bicicleta con rueditas y tendrán compañeritos mapuches. Harán campamentos, y en quinto año llegarán a la cima del Lanín.

Ellos, más que nadie en el mundo, merecen comenzar el juego de la vida.


lunes, 22 de octubre de 2007

Némesis


Noche de calor, viernes, after office. En este afán que tengo últimamente de despedirme en continuado, me encontré con dos amigas. Tomamos primero unos mates, y a primera hora de la noche, taxi mediante, partimos rumbo a Plaza Serrano. Nos enteramos en el camino, gracias al chofer, que la plaza se llama Julio Cortázar, que trabajar frente a una computadora no permite que se oxigene el cerebro, por lo que hay que ponerse de pie e inspirando al son de 1,2,3,4 - 1,2,3,4 parar un poco porque no se puede vivir así. Nos bajamos en una esquina de la plaza y comenzamos a rodearla buscando algún lugarcito donde picar algo sentadas en la vereda. Después de dos vueltas, y cuando mis zapatos ya no me permitieron caminar más, encontramos un lugar todo monono con mesitas bajas, bancos con almohadones blancos y mozos vestidos cual monjes tibetanos. Picada para dos, abadejo para una y vino tinto para las tres. Casi inevitablemente terminamos hablando de gente conocida. Recuerdos viejos, algunos demasiado. Mucha gente alrededor, mucho idioma extranjero. Copas enormes y unos postres de antología. La charla se fue tornando cada vez más interesante y terminamos seis sentadas a la mesa, en vez de tres como cuando llegamos. Cada una dejó salir a su némesis y nos enredamos en confesiones inimaginables. El cielo se tornó rosado, el viento de tormenta soplaba por Honduras y los frutos de vaya a saber qué árbol me producían alergia. Me hubiese quedado vagando por esas calles durante horas, recordando lo fresca que se pone la noche cuando comienza a amanecer. Pero tome un taxi, y le pregunté si me llevaba a provincia.

viernes, 19 de octubre de 2007

La prueba de nuestro delito

Un poco por seguir al pie de la letra el libro de Doña Petrona, otro poco aprendido en los años de cocina en el convento, ella sabía cocinar como los dioses. Todo le salía exquisito. Hacía unas galletitas de canela con una nuez en el medio que eran para morirse. Unos fideos rellenos que sólo probé en dos oportunidades porque le daban mucho trabajo. Su pastel de papas, increíble, con esa masa en el fondo, que parecía una confitura. El guiso de alcahuciles, con el que todos nos chupábamos los dedos. La ensalada de tomates, mágicamente aliñada. Su pizza casera, finita, bien finita, crocante. Un pollo a la cacerola, con papas, ajo y perejil, que me encantaba y a veces, hoy preparo a las perdidas porque alguien come de mala gana. La tortilla de papas, sequita como me gusta. Hasta la soda le salía rica, la recuerdo en el lavadero, garrafa en mano luchando con el Drago. Y su receta magistral, las empanadas. No voy a dar las proporciones, porque es su receta y sólo yo puedo repetirla. Pero supo combinar a la perfección, la margarina, la cebolla, la carne picada, el pimentón, el orégano, ají molido, huevo duro y las aceitunas. Y así como nos encantaba con su manjar, todos los que comíamos en su mesa, caíamos indefectiblemente en su trampa. Ella no descarozaba las aceitunas, sino que las usaba de señuelo, como prueba del delito. Y era su costumbre al terminar de comer, contar los carozos en los platos de los comensales. Confieso que alguna vez, puse ante cierta distracción, un carozo propio en un plato ajeno.

miércoles, 17 de octubre de 2007

Paciencia

Ya vendrán más historias...estoy juntando coraje...me está pasando una mudanza por encima y ya no tengo 20 años, aunque no se note por lo espléndida que estoy...

viernes, 12 de octubre de 2007

El mundo de los pequeños


Como si no hubiese tenido suficiente con la biblioteca, llegó el turno de los juguetes. Los de bebé, los de nena y los de nene. Barbies, sonajeros, juegos de encastre, libritos de goma eva, cocinitas, sets de maquillajes, juego de doctora, pileta para lavar platitos, muñecas en bañaderas, baldes, palitas, rastrillos, peluches, Barney, rocola de Barney, BJ, más Barney, cajas de supermercado, con lector de código de barras y todo, muñecos de goma para el baño, inflables, juegos de mesa, zapatilla, triciclo, bicicleta y auto, muñecas de trapo, animalitos de arrastre, juegos de masa para moldear, rompecabezas, rastis, memotest, pizarras mágicas, teléfonos, juegos con sonidos de animales, pelotas, autos, carteras de princesas, espejos de princesas, varitas mágicas de princesas, coronitas de princesas, cepillos de princesas, juegos de mate, de té, de café, sartenes, ollas con y sin tapas, vasitos, jarras, platos de todas formas y colores, cubiertos de todos los tamaños, muñecos de la cajita feliz, narices de payaso. Un laburo de locos, todo el día separando lo que sirve de lo que no, lo roto de lo sano, las piezas chiquitas aparte para que no se pierdan...en fin. ¿Todo para qué? Para que estén todo el día mirando películas y hojeando libros de cuentos...

miércoles, 10 de octubre de 2007

La Biblioteca de Alejandría


La miré siempre con un poco de miedo. Me sentaba en el sofá a contemplarla, y jamás pude terminar de descubrirla. La conocí enorme, policromática. Y fuimos, durante muchos años, añadiéndole tesoros. Muchos los dí por perdidos, de otros me olvidé, y a algunos los sacaba cada tanto para incrementar mi dosis de melancolía. Hace un par de días que comencé a desmembrarla. El polvo de años me cubrió y dejó a la luz ciertas cosas que alimentaron el alma de mucha gente durante tanto tiempo. Encontré libros gigantescos, de hojas amarillas con bordes comidos, editados en 1892. Prolijamente forrados, con mapas de exquisitos detalles, descripciones de un Ecuador tan viejo y tan bonito, que dan ganas de sentirlo como propio. Hallé miles de postales de los más diversos lugares del mundo, escritas, pero no pude saber por quién ya que estaban pegadas en dos álbumes. Vi muchas fotos, en blanco y negro y algunas en sepia. Sólo pude reconocer sin titubear a ella, de unos quince años más o menos, en el festejo de una comunión. Y esa torta sobre la mesa, tan parecida a las fotos del libro de Doña Petrona. Hojeé una carpeta llena de escritos de un abuelo. Algunos a máquina, otros a mano con esa tinta borroneada por el paso del tiempo. Vi las calificaciones del colegio de cierta gente. Encontré un manual del alumno bonaerense de tercer grado. Me sorprendí con tantos certificados de asistencia a cursos sobre tecnología. Vi la persistencia de cierta gente en no caer en la mediocridad. Volví a sonreír al ver la tapa de determinados libros. Miré atentamente el árbol genealógico de los Buendía de Macondo. Acaricié con las manos llenas de tierra esa edición de Alianza de Arquitectura Paleocristiana y Bizantina por Krautheimer, tan mía, tan impecable, tan estudiada hasta el último de sus detalles. Encontré una colección sobre tejido, y aprendí que los cuadraditos con los que le tejí la mantilla a mi hija cuando nació se llaman "Vieja América". En sobres de papel madera descubrí las fotos de mi casamiento, que tomé una por una para darme cuenta de cómo habían cambiado las cosas, cuánta gente hoy falta. En el último estante, estaba el álbum en el que pegué las rosas que me regalaron, las pocas palabras que me escribieron y algún que otro dibujito. Vi La cruz invertida, que me dedicó hace unos cuantos años Marcos Aguinis, y que nunca leí porque no me engancho con la novela histórica. En fin, el mundo inescrutable se abrió para mí. He descubierto y recordado tanto en estos días. Ojalá hubiese tenido más tiempo para dedicarle antes de encerrarlo en cajas de 55x30x30.

lunes, 8 de octubre de 2007

Mi elefante rojo

Hay cosas de las que cuesta muchísimo separarse. Uno ya no sabe para qué las conserva, incluso inservibles, si a veces están celosamente guardadas, casi escondidas.
Alguien me regaló una vez un elefante rojo de plush que era en ese entonces, mucho más grande que yo. Por ahí deben estar las fotos que he visto mil veces, en las que estoy en mi dormitorio, con mis escasos añitos, mi vestidito blanco, y ese pelo negro, bien lacio y sobre la cara, parada al lado de mi elefante. Ya de más grande me molestaba, y lo ponía siempre en un rincón del cuarto hasta que empecé a usarlo de perchero. Toneladas de remeras colgaban de la trompa. Como todos los muñecos de esa época estaban rellenos de semillas varias, y luego de tantos años, a falta de agua, en vez de germinar, mi elefante se llenó de bichos. Mi mamá insistía en que lo tirara, yo me negaba rotundamente. Hasta que una tarde, decidida, se lo llevó. Lloré y lloré; no por mi elefante, sino por los años en los que el elefante me había acompañado. Me levanté de la cama, fui al incinerador y allí lo encontré, solito y a oscuras. Lo agarré de su trompa enferma y lo llevé nuevamente a mi cuarto. No recuerdo hasta cuándo estuvo conmigo, ni cómo se fue definitivamente. Yo ya había hecho mi duelo.

Yo, Migral Compuesto

Él sufre de los mismos dolores de cabeza que yo. De esos que me obligan a bajar las luces, tomarme cuanta pastilla encuentre, darme una ducha congelándome con tal de dejar la cabeza bajo el agua helada y encerrarme en mi dormitorio para morirme sobre mi cama. Pero él además, se congestiona. Cuando veo sus ojos disminuyendo su tamaño, su cuerpo apichonado y un pañuelo en sus manos, tiemblo. Sólo quien conoce lo que significa padecer una migraña , cuando ve aparecer esos síntomas, sabe que es el comienzo de una guerra perdida. Y ahí está él, sentadito en una silla haciéndome el aguante, con sus piernas abrazadas delante de su pecho tan bonito, moqueando, escondiendo cada tanto su cabeza entre sus rodillas para evitar la luz. En estos casos quisiera creer en los poderes de bruja que siempre me atribuyeron y nunca supe encontrar. Quisiera abrazarlo y con mis manos en su frente ahuyentar ese dolor. Quisiera que un tecito tibio lo aliviara, que el aire fresco que entra por la ventana de la cocina lo despejara un poco. Pero se cómo son estas cosas. Incluso, mejor ni dirigirse la palabra, porque todo molesta. Seguramente, ahora se levante y se vaya a pegar una ducha.

domingo, 7 de octubre de 2007

Los ñoquis no son sólo del 29

Y si...es el karma de mi familia...no hay nada que hacer. Esta mañana llevé a los chicos a la guardia. Uno por sus mocos vitalicios y la otra por una renguera medio artística que resultó en esguince. Los vio la pediatra y nos pidió que fuésemos a rayos a sacar una placa de tobillo a Andreita del Boca. Como hay que entrar en otro sector del sanatorio, antes del ingreso al ascensor, hay un pequeño escritorio con una señorita de una empresa de seguridad que se encarga de anotar en un libro de actas los datos de los menores que ingresan y alguno de los padres. Me preguntó los nombres de los chicos y el mío. Anotó todo y nos puso a cada uno una pulsera identificatoria con el nombre, la que nos sacarían al salir. Bajamos al primer subsuelo y mientras estábamos en la sala de espera Iñaki me pidió upa y lo alcé. Le habían puesto la pulsera en el tobillo, ya que tenía una campera con puños ajustables. No se me había ocurrido mirarla, hasta ese momento. Si Guadalupe con diéresis me resultó extraño, mi hijo con nombre de pasta, más aún.
Le sacamos una foto, porque hay cosas que no pueden dejar de mostrarse.

miércoles, 3 de octubre de 2007

Y yo que pensaba que Iñaki era complicado

Guada recibió la tarjetita de invitación al cumpleaños de su compañera Francesca. Esta mañana, después de dejarla en el jardín, fui al centro de Banfield a comprarle el regalito. Elegí una carterita de Princesas, obvio. La empleada del negocio la envuelve, le pone un moñito turquesa al paquete y saca una tarjetita preimpresa que decide escribir ella en vez de dejarme a mí . Me pregunta el nombre de la cumpleañera. Le digo Francesca, lo pronuncio con ch, y le aclaro que se escribe con c. Ella escribe Fransesca. No, no, con c...Franccccesca, le digo enfatizando la c. Se da cuenta del error, y en vez de cambiar la tarjetita, remarca con birome la c sobre la s. A esa altura, la tarjetita ya parecía un mamarracho. Yo pensé, la dejo y en casa la cambio. Acto seguido me pregunta el nombre de quien regala. Guadalupe Bueno. Aclaré lo del apellido, porque hay otra Guadalupe en la misma sala. Suponer que había entendido el apellido de entrada, ni soñando. Me resigné cuando me miró esperando que le deletreara B-u-e-n-o. Pero no lo hice. Ella sólo escribió Guadalupe. Pero para mi sorpresa, luego de treinta y pico de años de haber luchado con un nombre tan complicado como el mío, cuando termina de escribir la e final, culmina con dos puntitos sobre la primera u del nombre....si, si, si....como lo leen...Güadalupe. Cuando logro salir de mi asombro, le digo que no lleva diéresis. Ella me mira extrañada diciéndome -ah, ¿éste no?. Ahí soy yo la que mira extrañada. No, le digo, no lleva, está mal escrito. Y ella me dice con cara sobradora - entonces, te la anotaron mal en el Registro Civil. Ah bueno, ésto es too much. Como dice mi marido, no tires del hilo porque se puede cortar. A sonrisa falsa con labio torcido nadie me gana, así que casi riéndome le dije - mamita (cómo me gusta usar esa palabra en casos como éste), la diéresis se usa con la e y la i, no con la a. Y no conforme me dijo-¿Estás segura?- La mato, o me voy....-si, fijate en el diccionario...

martes, 2 de octubre de 2007

Enjaulada


Estaba en la cocina lavando los platos del almuerzo. Dejé correr el agua hasta que se calentara lo suficiente. Miré por la ventana. Pude ver la lluvia caer en la vereda y los árboles bailar acompañando al viento. Tarde gris, húmeda, casi pegajosa. En el patio, sobre uno de los tirantes que sostienen el techo abovedado de policarbonato, un pájaro me miraba. Del tamaño de una cotorra de esas que hay en la plaza de en frente, negro, y con el pico encorvado. No pude sacarle los ojos de encima, y parecía que él se daba cuenta. Estático, lo único que movía era el pico. Lo abría y cerraba casi en cámara lenta. No emitía sonidos. Me puso la piel de gallina. No podía quitar de mi cabeza la película de Hitchcock. Extendió las alas y voló hacia mí. Golpeó con fuerza la ventana cerrada. Un vaso de vidrio estalló entre mis manos.

lunes, 1 de octubre de 2007

El tren se va, saquen los boletos




Él solía llevarme, generalmente a la hora de la siesta, a una estación de trenes muy cerquita de su casa. El edificio era de estilo colonial, pintado de blanco y amarillo, con un gran balcón que daba hacia la calle de acceso, que si mal no recuerdo, estaba empedrada. Un molesto silencio me ensordecía al entrar, y el eco de mi risa me traía de vuelta. El hall era enorme, y alto, demasiado para mi corta edad. Nunca vi gente dentro. En realidad, creo que tampoco vi ningún tren. Supongo que en esos años, la estación ya estaba abandonada. Me pregunto cómo hacíamos para entrar entonces. No lo sé, sólo me recuerdo dentro y caminando sobre las vías de su mano, para no perder el equilibrio.


Esta tarde fuimos a los talleres del Roca en Escalada. Funciona un museo ferroviario y una diminuta trochita. Cuando entré y vi esos vagones y locomotoras tan viejos, mis hijos rodeados de vías y pasto verde primavera, deseé que ellos sintieran los mismo que yo hace casi treinta años atrás.