miércoles, 10 de octubre de 2007

La Biblioteca de Alejandría


La miré siempre con un poco de miedo. Me sentaba en el sofá a contemplarla, y jamás pude terminar de descubrirla. La conocí enorme, policromática. Y fuimos, durante muchos años, añadiéndole tesoros. Muchos los dí por perdidos, de otros me olvidé, y a algunos los sacaba cada tanto para incrementar mi dosis de melancolía. Hace un par de días que comencé a desmembrarla. El polvo de años me cubrió y dejó a la luz ciertas cosas que alimentaron el alma de mucha gente durante tanto tiempo. Encontré libros gigantescos, de hojas amarillas con bordes comidos, editados en 1892. Prolijamente forrados, con mapas de exquisitos detalles, descripciones de un Ecuador tan viejo y tan bonito, que dan ganas de sentirlo como propio. Hallé miles de postales de los más diversos lugares del mundo, escritas, pero no pude saber por quién ya que estaban pegadas en dos álbumes. Vi muchas fotos, en blanco y negro y algunas en sepia. Sólo pude reconocer sin titubear a ella, de unos quince años más o menos, en el festejo de una comunión. Y esa torta sobre la mesa, tan parecida a las fotos del libro de Doña Petrona. Hojeé una carpeta llena de escritos de un abuelo. Algunos a máquina, otros a mano con esa tinta borroneada por el paso del tiempo. Vi las calificaciones del colegio de cierta gente. Encontré un manual del alumno bonaerense de tercer grado. Me sorprendí con tantos certificados de asistencia a cursos sobre tecnología. Vi la persistencia de cierta gente en no caer en la mediocridad. Volví a sonreír al ver la tapa de determinados libros. Miré atentamente el árbol genealógico de los Buendía de Macondo. Acaricié con las manos llenas de tierra esa edición de Alianza de Arquitectura Paleocristiana y Bizantina por Krautheimer, tan mía, tan impecable, tan estudiada hasta el último de sus detalles. Encontré una colección sobre tejido, y aprendí que los cuadraditos con los que le tejí la mantilla a mi hija cuando nació se llaman "Vieja América". En sobres de papel madera descubrí las fotos de mi casamiento, que tomé una por una para darme cuenta de cómo habían cambiado las cosas, cuánta gente hoy falta. En el último estante, estaba el álbum en el que pegué las rosas que me regalaron, las pocas palabras que me escribieron y algún que otro dibujito. Vi La cruz invertida, que me dedicó hace unos cuantos años Marcos Aguinis, y que nunca leí porque no me engancho con la novela histórica. En fin, el mundo inescrutable se abrió para mí. He descubierto y recordado tanto en estos días. Ojalá hubiese tenido más tiempo para dedicarle antes de encerrarlo en cajas de 55x30x30.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

entonces no tiraste nada.... "guardaste cajas para tirar en la próxima mudanza" jajajja
Está perfecto, no podés borrar todo. Las fotos dejalas arribita así las vemos en estos dias, deben estar divertidas!!!!

Anónimo dijo...

imposible....las cajas están debidamente cerradas, encintadas, numeradas, etiquetadas e inventariadas....la pucha...

Anónimo dijo...

y bue... tendremos que estar para abrirlas!!!!!!!!!!1

Anónimo dijo...

Pasado, presente y futuro, todo serà tan feliz y emocionante, es apasionante ver a nuestros niñitos como construyen un nuevo mundo de oportuniades de ser feliz.-

Anónimo dijo...

Ya vas a tener tiempo para ver todo bien. Solo tratá de que no pase tanto tiempo!
Y te faltan las fotos de cuando eras chica, las del colegio.
Te voy a dar algunas, nada más!!!