viernes, 7 de septiembre de 2007

Frida y él

Décimo piso. Allí vivía él con su mamá y su perra salchicha. Tenía la ventana de su dormitorio llena de stickers, bah, en esa época se llamaban calcomanías. Ella solía subir a su casa casi todas las noches. A veces sola, otras acompañada. Él daba vueltas en su cabeza todos los días de su vida. Llegaba, se saludaban y se encerraban en su cuarto. Ella pasaba horas mirándolo, él la ignoraba. Abría su placard y sacaba una caja enorme. Desplegaba el tablero, y como siempre, el autito celeste para él y el rosa para ella. Por costumbre, ella siempre iniciaba el juego. Y pasaron años jugando. Los vasos de soda iban y venían desde la cocina hasta el piso de ese cuarto. A veces comían algo también. Él sólo jugaba, y ella, en cada nuevo turno con el que movía su auto, imaginaba su vida con él. Ese juego de la vida que nunca fue.

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