martes, 11 de septiembre de 2007

La del 5 de enero

Comenzó a despedirse, de a poco, de algunos de sus afectos. El final se acercaba pero se negaba a verlo. Tomó cuenta del tiempo, de las fechas, de lo poco que quedaba y lo mucho que tenía por hacer. Después de postergar un almuerzo durante semanas, no quiso dejarlo pasar más. La llamó y confirmó hora y lugar. Amaneció con lluvia. Pensó en la ropa que se había puesto a la mañana, apurada, sin prestar demasiada atención. En esos zapatos bajos, de suela lisa, que indefectiblemente resbalarían con el agua de las veredas y la dejarían en el piso con más de un moretón. Pero no le importó. Ciertas cosas se volvieron impostergables. Salió diez minutos antes, caminó bajo la lluvia hasta llegar a la puerta de la galería. Y allí estaba ella, esperándola, con su panza de siete meses. Hablaron por casi una hora, para despedirse con un abrazo más largo que los anteriores. Cuando volvía ya había dejado de llover, y cruzó la Plaza de Mayo pensando que probablemente nunca vaya a conocer a Francisco.

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