domingo, 30 de septiembre de 2007

El tuco, como a mí me gusta


Tengo derecho a elegir la salsa en la que voy a ser devorado. Esa era su frase de cabecera. En su pesimismo mantenía cierto dejo de esperanza. Como dice mi tía Rosi, era un cabrón, aunque no dejaba de ser un buen tipo. Los años de terapia lo llenaron de egoísmo, de una altanería asquerosa casi soberbia. Tenía la costumbre de hablar demasiado. Y su memoria prodigiosa guardaba con exquisitos detalles anécdotas propias y ajenas. Sabía agradar a hombres y mujeres, mayores y menores que él. No tenía medias tintas; te aceptaba o rechazaba al punto de insultarte gratuitamente, sin piedad. Pero tenía cierto ángel. No sé si era su aspecto de niño ingenuo, su corta estatura o su cabello largo. Esos ojos verdes cercados por su melena dorada, hechizaban a cualquiera. Bien pude haberme enamorado de él, pero ya sabemos que no me gustan los rubios.

viernes, 28 de septiembre de 2007

Y dale con Pernía

Después de sesenta años de matrimonio, otra vez más, como cada diez años, se quiere separar.
Si hay algo que ha estigmatizado mi vida, son las separaciones. A esta altura ya no me sorprenden, y han pasado a ser moneda corriente tanto en mi familia materna como en la paterna. Todavía no se atrevió a hablar conmigo. Pero hoy supe que quiere dejarlo. Cansada de los silencios y seca de tanto llorar, dijo que se va a ir a vivir a Mendoza, o a Córdoba, supongo que con alguna de sus hermanas que esté dispuesta a recibirla. Comenzaremos otra vez con la cadena de llamados, las idas y vueltas, las charlas interminables, para concluir, como siempre, en la misma pregunta. ¿Qué van a hacer el uno sin el otro? Si son incapaces de sobrevivir separados. Ya veremos. Mañana la llamaré para ver si me dice algo. Pondremos en autos al único heredero para que tome cartas en el asunto. Y nuevamente, reto mediante, harán caso omiso a lo indicado, para seguir viviendo en silencio hasta los próximos diez años.

miércoles, 26 de septiembre de 2007

Restos diurnos


Creo que no hay nada peor que ver a un hijo temblar de dolor.



Yo estaba en un supermercado, caminando entre las góndolas con un changuito y mi cartera nueva. Se acerca una chica. Usaba una remera azul, el cabello largo, negro y lacio y un flequillo bastante tupido. Me pide algo. No recuerdo qué, pero estimo que sería algo de plata. Yo se lo niego. Ella me mira con ojos odiosos y me dice "Dios te va a castigar". Inmediatamente, se tira sobre el changuito para llegar a mi cartera. Grito, como loca, "me están robando" y nadie responde. Por esas cosas raras que tienen los sueños (o al menos los míos), el changuito se convierte en canasto, pero de metal eh...y con una furia animal lo levanto y con el ángulo inferior izquierdo comienzo a pegarle a la chica en la cara. Ella termina apoyada sobre una góndola (que a esta altura se había convertido en un panel de lockers rojos) y yo sigo, enceguecida, destruyéndole la cabeza hasta borrar el último vestigio de rostro para dejarla caída en el piso en medio de un baño de sangre.

Hasta ahí, mi recuerdo...

domingo, 23 de septiembre de 2007

Montchenot, por favor


Ella tiene un turno con una profesional. De esas que no conocés sino a través de la cartilla de prestadores y elegís sólo por el domicilio. Todavía cree que él la va a acompañar. Cuando le pasa los datos de la cita, él le dice que no puede asistir, que tiene un compromiso. Ella especula, duda, consulta y concluye. Hay partido de fútbol. Pero quizás, recapacite y vaya. Por si acaso, le pasa la dirección y el horario. Todavía le tiene fe. Me llama y me cuenta. Yo digo que no va a ir. Ella me porfía. Apostamos una botella de vino tinto. Ella está sola sentada frente a su inquisidora. Duda, da vueltas, confiesa. Como dijo Jack, todavía apuesta a su favor.

Tu imagen en mi

Cuando vi esa estatuilla toba supe que era lo que tenía que tatuarme. Necesitaba plasmar en la eternidad mi amor hacia vos, mi protección incondicional, mi culpa. Le saqué una foto, y la mandé por mail a quien hoy puedo decir entendió magistralmente mi corazón y supo ilustrar lo que yo quería. ¿Cómo dibujar que mamá te sostiene entre sus manos, acariciándote tibiecito, para que te sientas otra vez como en la panza, tan a salvo, tan sanito? Así mi amor, simplemente así. Como lo ves al inicio de esta página, y como lo veo todos los días de mi vida, cuando descubro mi espalda para verme en el espejo.
Gracias a Diego Biro.

domingo, 16 de septiembre de 2007

Algo de 421


Llegué al punto de no retorno. Parecía tan lejano. Como cuando uno dice "en un par de meses" o "para la siguiente temporada". Y resulta que aquí estoy. Si los domingos son tristes, éste es el peor de todos. El que diga que se va contento, miente. Salvo, que la haya pasado muy mal. Y no ha sido mi caso. Estos últimos cuatro años me he divertido mucho. Han sabido tratarme, me enseñaron, me apoyaron, confiaron, me alentaron (de muy distintas maneras), me recompensaron día a día con alguna pequeña señal de afecto. Me siguieron, me estudiaron, me conocieron bien, muy bien. Me ignoraron hasta negarme el saludo, para después de digerir la bronca volver a empezar. Me adularon, quizás más de lo debido. Me cebaron mate hasta el hartazgo, y dulce, como me gusta. Me llamaron de mil maneras distintas, aunque siempre preferí darme vuelta o levantar la vista al escuchar a alguien decir "Negra". Me hicieron llorar, me hicieron maldecir. Más de una vez me encontré haciendo montoncito y preguntando "pero, ¿qué te pasa?". Y dejé, como es mi costumbre, de hablar durante unos días para tomarme mi tiempo para perdonar y entender determinadas cosas. Aprendí a reírme de mis defectos, de mis desgracias y a exaltar mis virtudes, pocas, pero mías. Aposté mis pobres fichas a muy poca gente, y no me equivoqué. Será porque siempre fui muy desconfiada. Hice, deshice, probé, cambié, volví a hacer. Creé mi propio orden, austero, simple, tan simple. Traté, con mi mayor esfuerzo, de no generar conflictos. Ya estoy grande para tener ese tipo de problemas. Quise no deberle nada a nadie, porque a quienes algo me dieron, procuré devolverles el doble. Creí y apoyé determinadas ideas, que supe ilógicas desde su nacimiento, con el sólo afán de no decepcionar a gente que quiero. Adoré algunos viajes, algunos almuerzos, algunas charlas y algunos mailes. Me preocuparon determinados silencios, ciertos cambios de humores, pero todos fueron, tarde o temprano, pasajeros.

Y hoy me encuentro, me atrevo a decir, tranquila, confesa. Y todo se termina en un 19 de septiembre, para vivir sólo en mi recuerdo y en todos aquellos que leen y saben de lo que estoy hablando.

Mañana, comenzaré a despedirme.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Ella en su madeja


Había algo en ella que le llamaba la atención. Y eso que era un tipo muy difícil de sorprender. Era unos años mayor que él. Aunque tenían el mismo apellido, se encontraron recién en su adolescencia. Radicalmente diferentes, de costumbres muy distintas…ella leía a Borges y él desarmaba autos. Comenzaron a frecuentarse, rigurosamente cada fin de semana. Y cada uno con lo suyo, lograban una comunión ilógica. Ella era fresca, desprejuiciada, espontánea. Él vivía atrapado en su laberinto, enredado en su madeja de buenas costumbres e ideales de familia inquebrantables. Ella pudo haberle volado la cabeza, con una sola señal. Y él hubiese hecho caso omiso a sus deseos, aún a los más perversos. Pero nunca sobrepasó el límite, se mantuvo en el borde, al extremo del traspié. Le mostraba, le insinuaba, le susurraba, lo incitaba, lo acariciaba con sus uñas impecables, largas, filosas. Lo llevaba y lo traía para volver a dejarlo en el mismo lugar del que lo había arrancado con los dientes. Y él se dejaba. Años después, cuando él no se hubo cansado aún, entró a la iglesia llevándola del brazo para entregarla en el altar.

martes, 11 de septiembre de 2007

La del 5 de enero

Comenzó a despedirse, de a poco, de algunos de sus afectos. El final se acercaba pero se negaba a verlo. Tomó cuenta del tiempo, de las fechas, de lo poco que quedaba y lo mucho que tenía por hacer. Después de postergar un almuerzo durante semanas, no quiso dejarlo pasar más. La llamó y confirmó hora y lugar. Amaneció con lluvia. Pensó en la ropa que se había puesto a la mañana, apurada, sin prestar demasiada atención. En esos zapatos bajos, de suela lisa, que indefectiblemente resbalarían con el agua de las veredas y la dejarían en el piso con más de un moretón. Pero no le importó. Ciertas cosas se volvieron impostergables. Salió diez minutos antes, caminó bajo la lluvia hasta llegar a la puerta de la galería. Y allí estaba ella, esperándola, con su panza de siete meses. Hablaron por casi una hora, para despedirse con un abrazo más largo que los anteriores. Cuando volvía ya había dejado de llover, y cruzó la Plaza de Mayo pensando que probablemente nunca vaya a conocer a Francisco.

domingo, 9 de septiembre de 2007

No patina más


Por fin, el día que cumplió los quince meses, empezó a caminar. Hace un tiempito que tantea, se para, da dos pasos, se cae de cola y gatea de nuevo. Recién ayer, creo que perdió el miedo. Hoy, se puso de pie para enfrentar al mundo desde otra altura.

Y Guada me dijo con su sonrisa más grande llena de dientes chiquititos: -mami, Iñaki no patina más-.

sábado, 8 de septiembre de 2007

Tantos años después

Un dulce de leche con cara de recio me hizo un regalo. Yo lo comparto con ustedes, con todos los que forman parte de mi juego.




viernes, 7 de septiembre de 2007

Frida y él

Décimo piso. Allí vivía él con su mamá y su perra salchicha. Tenía la ventana de su dormitorio llena de stickers, bah, en esa época se llamaban calcomanías. Ella solía subir a su casa casi todas las noches. A veces sola, otras acompañada. Él daba vueltas en su cabeza todos los días de su vida. Llegaba, se saludaban y se encerraban en su cuarto. Ella pasaba horas mirándolo, él la ignoraba. Abría su placard y sacaba una caja enorme. Desplegaba el tablero, y como siempre, el autito celeste para él y el rosa para ella. Por costumbre, ella siempre iniciaba el juego. Y pasaron años jugando. Los vasos de soda iban y venían desde la cocina hasta el piso de ese cuarto. A veces comían algo también. Él sólo jugaba, y ella, en cada nuevo turno con el que movía su auto, imaginaba su vida con él. Ese juego de la vida que nunca fue.

jueves, 6 de septiembre de 2007

Aniversario


Te amo mi vida, 9 años después, tanto como el primer día.

martes, 4 de septiembre de 2007

Ella dejó los votos

Era monja, pero de las seculares. Trabajaba conmigo. Su escritorio estaba en la oficina que daba a la esquina. Yo en la anterior. Era una de esas personas que Dios elige para que te acompañen toda la vida. Un ángel vestido de mujer, con una sonrisa eterna y un temperamento envidiable. Alguien que mamó desde la cuna el esfuerzo, la lucha y la perseverancia. Vivía en San Telmo, en un departamentito tan pintoresco como ella, con las paredes llenas de perspectivas que el hermano pintaba en lienzos y ella exhibía con orgullo de hermana mayor. Solía pasar tiempo mirando por esa ventana del primer piso. Y él pasaba, rigurosamente, de lunes a viernes, a la misma hora por México hacia el Bajo. Y allí estaba ella, con su mirada clavada en él, siguiéndolo hasta aplastarse la cara contra el vidrio para verlo hasta lo último. Tanto tiempo pasó, sin dejar de mirar un sólo día en la misma dirección a la misma hora. Hasta que un día abrió la ventana, y se dejó ver.

lunes, 3 de septiembre de 2007

Plegaria de verano

Veraneaba siempre en el mismo lugar, con media familia propia y la otra mitad prestada. Recorría el perímetro de la casa, tarde tras tarde, en busca de caracoles. Entre los ligustrinos los encontraba devorando hojas. Con mucho cuidado los despegaba para volver a pegarlos en la pared exterior de la casa. Juntaba unos cuantos. Los dejaba subir, con su baboso rastreo, hasta que con una rama, los volteaba hacia el piso. A veces crujían al caer. Si sobrevivían, trataban de esconderse en ese caparazón quebrado. Tomaba una piedra, para luego terminar de aplastarlos y finalmente comenzar con el ritual del entierro. Esa era la finalidad de toda la ceremonia previa, cavar pequeños pozos al costado de la casa para encontrar una razón para rezar, aunque sólo fuera por los caracoles.