jueves, 28 de febrero de 2008

La belleza del fuego

Hoy fuimos parte de un paisaje muy particular. Cerca, muy cerca de casa, se desató un incendio. En la costa del lago que está detrás de nuestra montaña.
Éstas, son las imágenes del cielo desde donde vivimos.





Emmerich

Decía que era barón de la nobleza húngara. De apellido compuesto y cuna de oro. Formó parte del ejército alemán y terminó instalándose por Ituzaingó, si mal no recuerdo. Tuvo una hija, quien se casó con un ministro germánico. Tuvo sólo una nieta. Era viudo y muy amigo de una de las mujeres de la aristocracia argentina. Ingeniero en su juventud, cuando lo conocí se dedicaba a hacer pequeños arreglos edilicios. Tenía más de ochenta años. Contaba historias fantásticas de su familia, de la guerra y de una Europa que sólo conocíamos por los libros. Vestía siempre un ambo marrón y llevaba tiradores. Nos regalaba libros viejos, de hojas amarillentas por el paso del tiempo. Amante de las sopas de mi mamá, pasaba las tardes enteras lijando un marco de una ventana para no terminar nunca su trabajo y continuar formando parte de nuestra familia. Supo encantar a media docena de mujeres durante un cumpleaños. Tomaba chocolate caliente y comía masitas mientras hablaba de títulos nobiliarios, joyas de la realeza y submarinos. Decía poseer una fortuna, y era capaz de convencer a cualquiera de ello. Tenía un piano de cola, herencia de no recuerdo qué siglo. Prometió que se lo regalaría a mi hermana, quien en ese momento era una niñita. Hablaba de testamentos y legados. De propiedades y lingotes de oro. Estuvo con nosotros unos cuantos meses, hasta que enfermó. Al tiempo volvió para saludarnos. Pero ya no se quedó.

miércoles, 27 de febrero de 2008

Amistad

Se acusaban con las mamás. Se peleaban por los juguetes. El muchachito fajaba a la gurrumina. Usaban los cuatro, el mismo chupete. Se contagiaron los mocos. Y las mañas.
Ellos, pasaron juntos las vacaciones.

Feliz cumple bombona!!!!

Te queremos mucho!!!!

lunes, 25 de febrero de 2008

Teotihuacan

Él se está convirtiendo en dios. Dejó su careta de tipo rudo y carga con su eterna mochila sobre la espalda. Come chapulines y se emociona ante las ruinas. Vuelve a ser niño y lleva a sus amigos imaginarios de la mano. El tipo está feliz. El más feliz de Once, a miles de kilómetros de distancia.

jueves, 21 de febrero de 2008

Al Oshcar, con amor

El que me conoce, sabe que las matemáticas no son lo mío. Sin una calculadora me encuentro perdida. Ya ni las tablas de multiplicar recuerdo. Y sólo pude comprender lo que es 1/2, 1/4 y 1/3. Hasta ahí, mis conocimientos sobre fracciones. Es por ésto, que durante los años de secundaria, me vi obligada a buscar un profesor particular de la materia. Creo que salió del diario, no estoy segura. Como no podía ser de otra manera, mi hermana por elección, la de las bodas de plata, también asistía conmigo a las clases de apoyo. Y esa tarde, cuando abrimos la puerta, pensamos que probablemente hubiese sido mejor llevarnos la materia a marzo, o previa. Sólo sabíamos que se llamaba Oscar. Él, cuando se presentó, lo hizo como Óscar. Tendría en ese entonces alrededor de treinta años. Vestía raro. Musculosa, jeans pasados de moda, gastados y sucios y mocasines sin medias. Tenía el cabello sumamente crespo, negro y medio largo. Su espalda, anunciaba una joroba y sus rodillas se rozaban cuando caminaba. Se sentaba a la mesa encorvado, cruzaba las piernas, y con el pulgar y el índice de la mano derecha tomaba un pequeño mechón de pelo de su nuca y lo enroscaba de un lado hacia otro. Tanto manoseo, dejaba su consecuencia generalmente dentro de la taza de café que siempre tomaba. Sé, que más de una vez, alguien lavó la vajilla con lavandina. Cuando hablaba, las comisuras de sus labios se llenaban de saliva, blanca, espesa. El Óshcar, así lo llamamos luego de cinco años de romance continuo, era un bicho raro. Pero tenía el don de la paciencia, la simplicidad y la humildad de los grandes. Y supo, con mucho esfuerzo, entender nuestras debilidades y encontrar el punto exacto por donde llevarnos. Él, fue uno de los hombres más importantes de nuestras vidas.

domingo, 17 de febrero de 2008

Intuición

Algo me llevó a escribir sobre ellos. Anoche, después del post, terminamos madre e hijos, con 40º de fiebre. Noche pintoresca, de llantos, fríos y calores, mimos, delirios y mares de novalgina. Anginita viral, dijo hoy la pediatra...

Acordes


Una señorita, logré escuchar. Entre sonidos de instrumental quirúrgico, una radio encendida y el abrir y cerrar de puertas afuera. Mirá este cordón. Comenzó a llorar, y la vi por primera vez a medio metro de mi cabeza. Mirá mami, tu bebé. Lloraba y lloraba sin consuelo. No podía tocarla porque tenía los brazos llenos de cables y agujas. Hola mamita, le dije. Y su llanto cesó al instante. Eran las 10:35 de un lunes feriado.
Unos años después, a las 08:18 de un jueves, una voz masculina tomó mi cabeza incorporándome a duras penas, bajó la sábana que separaba mis hombros de mi abdomen y dijo, mirá mami cómo nace tu bebé. Y comenzó a llorar apenas asomó su cabeza, aún con su cuerpo dentro del mío. Lo envolvieron y me lo entregaron así, enroscadito en mi cuello. Toda su cabeza cabía en mi mejilla. Tan calentito, tan sucio. Y tan silencioso al encontrarse con mi voz.

lunes, 11 de febrero de 2008

Diccionario

-"Maaaaaa, me sube la peruntería y me vuelve a bajar."

Hace días que estoy tratando de descifrarlo. Sin éxito hasta el momento.

Danzante locura

Ella baila sola. Cada mañana, alrededor de las nueve, ella está en el mismo lugar. Sobre la vereda de Alsina, despliega sus dotes de encantadora y me mantiene cautiva, el tiempo que tarda el semáforo en ponerse en verde. Envuelta en una capa hecha de bolsas de nylon, lleva dos trenzas y la boca pintada de rojo. A veces descalza, otras erguida sobre tacos aguja. Se mueve de un lado a otro, feliz, sumamente feliz. Sonríe, y a veces canta. Gira y gira sin marearse. Alza las piernas, alternadamente como si bailara el can can. Galopa y culmina en un salto. Aunque nadie la sostenga al final. Toma su pollera imaginaria y la mece de izquierda a derecha. A veces me mira, pero no me ve. Sólo tiene una bolsa con papel picado y una vereda para bailar.

sábado, 9 de febrero de 2008

Efímero

Ella había muerto. No supe de qué. Era de noche cuando fuimos al velorio. Un amor de antología. Una pareja para envidiar y amar con todas las fuerzas. Un matrimonio perfecto. Unos amigos de fierro. De esos que jamás, nunca, te dejan en segundo plano. Los que asisten a toda invitación, pero con ganas. Los mejores anfitriones. Los que entendieron desde el primer momento, el significado de las palabras respeto, compañerismo, comunión. Un matrimonio sencillo y con la certeza de unas bodas de oro. Pero algo pasó y ella ya no estaba. Cuando entré esa noche y lo ví, la angustia me quemaba el pecho. Y él, tan cordial como siempre, aún en el peor de sus momentos. Vestía un traje negro y estaba postrado en una silla de ruedas con una evidente parálisis en su brazo izquierdo. Y aún así, se esforzaba incansablemente en procurar incorporarse para saludar a los que llegaban. Lo abracé muy fuerte y no le dije nada. Él me preguntó con quién había dejado a los chicos. Y yo, no lloraba por ella, sino por lo que él había perdido.

domingo, 3 de febrero de 2008

Sambayón

Recuerdo que no funcionaba el timbre. Te vi bajar del auto desde la ventana de mi cuarto. Llevabas camisa y corbata. Era un viernes y trabajabas en el microcentro. Te pedí que me aguardaras. No era apropiado invitarte a subir. Busqué mis llaves y la cartera que me habías regalado unos días antes. Me llevaste a conocer tu barrio y tomamos un helado por ahí. Hablabas de Güemes mientras yo trataba de parecer interesada cuando lo único que hacía era estudiar tu manera de tomar el helado. Nos acercamos más hacia el centro, y tomamos un café. Comenzó a dolerte la cabeza. Lo remediaste con una simple aspirina. Y yo morí de envidia. Aposté, y tiré los dados. Te invité a San Telmo. Nos ahogamos entre maníes y cerveza en la plaza Dorrego. El aire fresco de la madrugada nos golpeó en la cara y obligó a encontrar refugio en el auto. Y la charla dejó de ser charla. Y los besos comenzaron a ser besos. Y los abrazos se convirtieron en caricias. Te sorprendiste cuando te dije que fuéramos a un hotel. Todavía no me conocías. Ni sabías, que yo no ando con vueltas.