lunes, 3 de septiembre de 2007

Plegaria de verano

Veraneaba siempre en el mismo lugar, con media familia propia y la otra mitad prestada. Recorría el perímetro de la casa, tarde tras tarde, en busca de caracoles. Entre los ligustrinos los encontraba devorando hojas. Con mucho cuidado los despegaba para volver a pegarlos en la pared exterior de la casa. Juntaba unos cuantos. Los dejaba subir, con su baboso rastreo, hasta que con una rama, los volteaba hacia el piso. A veces crujían al caer. Si sobrevivían, trataban de esconderse en ese caparazón quebrado. Tomaba una piedra, para luego terminar de aplastarlos y finalmente comenzar con el ritual del entierro. Esa era la finalidad de toda la ceremonia previa, cavar pequeños pozos al costado de la casa para encontrar una razón para rezar, aunque sólo fuera por los caracoles.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

qué criminal!!!
Pobres caracolitos.
menos mal que rezabas.

Anónimo dijo...

que ascoooooo