miércoles, 15 de agosto de 2007

Con los ojos cerrados


Podía reconocer las cosas por su aroma. Cada vez que entraba a un lugar lo hacía con los ojos cerrados. A medida que ingresaba iba percibiendo colores, texturas, sabores, con sólo inspirar. Sabía cómo era el ambiente donde se paraba, cuál era la entrada y cuál la salida. Podía imaginar los muebles, los pisos y paredes. Notaba la luz, o el olor a oscuridad. Advertía la gente que se paraba a su lado, la edad que tenían, la ropa que llevaban puesta, incluso antes de que hablaran. Tenía la capacidad de oler el miedo y la felicidad. Podía adelantarse a lo hechos, porque olía el futuro. Conocía hasta la médula a cada persona que se le acercaba, sabía de sus deseos y de sus fracasos. Olía la mentira, la venganza y el rencor. Sentía el olor del cariño verdadero, el de la inocencia y el del amor desinteresado. Olor a día soleado y a tormenta impetuosa. Sabía del olor a muerte y del olor a vida nueva, ese que según decía era suavecito como el algodón. Hace tiempo que dejó de frecuentar los lugares que solíamos compartir y le hemos perdido el rastro. Jamás usaba perfume.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

.... era obvio que no usaba perfume.... dónde estará?

Anfitrite dijo...

Bueno che...no me cagues el final....y no sé dónde está...tengo anosmia

Anónimo dijo...

que lindo el relato..