martes, 28 de agosto de 2007

Mi palacio de oro y anís

Vivíamos las dos solas todavía. En un departamentito suficientemente femenino. Tanta distancia entre una y otra, y tan poca… Teníamos un living con sillones grandes, de cuero negro y un juego de comedor hermoso, en cedro combinado. Uno de los muebles llamó siempre mi atención. De doble puerta y dos cajones en la parte de abajo. El primero forrado en gamuza roja con las divisiones para guardar el juego fino de cubiertos. Las puertas, perfectamente lisas, cerraban con imanes. Yo me paraba frente a ellas, apoyaba mis manos sobre cada una y tiraba hacia mí. Todavía puedo oler ese perfume a madera encerrada que me golpeaba con fuerza. A veces, cerraba rápido, para volver a abrir y sentirlo de nuevo. Más de una vez, me encontré arrodillada, con la cabeza dentro del mueble y las puertas juntas en mi nuca para evitar que el olor se escapara. Por dentro, estaba completamente espejado y tenía un estante de vidrio en el centro. Cuando se abrían las puertas, una luz se encendía, y ese pequeño espacio se convertía en un salón palaciego. La imagen de mi rostro se multiplicaba incansablemente hacia los costados. Por debajo del estante, en el centro, guardábamos esa botella. No recuerdo su forma, ni la etiqueta. Sólo sé que era anís, y dentro de ella bailaban pequeñas láminas de oro. Yo tomaba esa botella y la giraba, boca abajo, y mi pequeño palacio resplandecía.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me había olvidado por completo de esa botella de anís. Pero te veo mirándola.

Anfitrite dijo...

Yo también me había olvidado. Me lo recordó la Negra Vernaci, por la radio, mientras iba al laburo...