miércoles, 29 de agosto de 2007

Tanto y tan poco

Siempre fue muy exigente. Quizás, su inteligencia privilegiada le jugaba en contra. Era un buen tipo, sano, trabajador, estudioso. Sabía de ciencias, de lenguas y de artes. Yo podía quedarme horas enteras conversando con él, que jamás me aburría. Me hacía soñar con los ojos abiertos. Peleó mucho para mejorar en su trabajo. Cambió, probó, se quedó, ascendió, se fue, empezó de nuevo, hasta que encontró su lugar. Dejó la casa de sus padres para armar su propio hogar. A veces nos juntábamos a comer, y se nos enfriaban los ravioles mientras nos enredábamos en eternas discusiones para arribar invariablemente a una única conclusión. Siempre, no sé si por cortesía o coincidencia, me daba la razón. Sabía adularme, con la palabra justa, y me hacía sentir importante. Aunque sólo fuera en su mundo, su vida. Pero siempre supe que era demasiado exigente. Y por este motivo, no tenía pareja. Había idealizado tanto a la que debiera ser su mujer, que se quedó solo. Me daba pena su soledad…sólo tenía que mirar a su alrededor…

1 comentario:

Anónimo dijo...

y....si...hay hombres que ni siquiera ven lo que tienen delante de los ojos. Y otros que miran demasiado....