jueves, 31 de enero de 2008

Guardia de cenizas


No sabía cómo sacarte de mi cabeza. Quise no pensar más en vos. No imaginar lo que pudo haber seguido después de la noche en que dormiste conmigo. Hubiese querido evitar ilusiones de cualquier tipo en las que estuvieses incluído. Poder frenar este arrebato de emociones, este sinfín de recuerdos. Quería dejar de verte en cada rincón de mi casa, pero era inútil. Allí estabas. Entre mis libros, en cada copa de vino, hablándome entre mi música suave. En mi cama fría y en cada ducha tibia. Entre mi paisaje tan vacío y en todos y cada uno de mis sueños. Quise no avivar más el fuego, juro que traté con todas mis fuerzas. Pero no pude evitar llamarte. Y una vez más, comenzó el incendio.

martes, 29 de enero de 2008

El del juego de la vida

Fue el gran amor de mi vida. Antes del verdadero. Fue mi novio, mi esposo y el padre de mis hijos durante mi infancia. El que me desvelaba durante las noches y por las tardes me petrificaba en la ventana sólo para verlo entrar o salir del edificio. Tan lejano, siete pisos abajo. Tantos años y jamás, nunca, miró hacia arriba. Creo que todos, absolutamente todos, sabían de mi idilio. Todos menos él. Lo que debió morir en un juego infantil, se tornó sólo en mí, casi una obsesión. Su madre me adoraba. Incluso, en una fiesta familiar, llegó a decirme que le hubiese encantado que yo fuera su nuera. Y yo, como si mi respuesta hubiese podido cambiar el destino, le contesté que era una lástima que su hijo no pensara lo mismo. Recuerdo mi fiesta de quince, y los aplausos interminables de mi familia cuando bailaba con él el vals. Y mi vergüenza, tan chiquilina, tan estúpida. Cierta vez, le dije a mi mamá, que yo no hubiese podido soportar tener que ir a su casamiento. No hubiese podido verlo en el altar, esperando a otra mujer que no fuera yo. Y ella, sabiamente, me dijo que no debía preocuparme. Quizás yo, me casaría primero. Y hace ya casi diez años, allí estaba él. Sentado en el primer banco de la iglesia mientras yo vestía de blanco y llevaba una azucena en la mano.

sábado, 26 de enero de 2008

Línea Skip

-Guada, ¿Con qué te manchaste el pantalón rosa?
-¿Cuál mami?
-Éste.
-Ah, el otro día en el jardín.
-Bueno, pero ¿con qué? Porque no salen las manchas.
-Ahhhh, ya se. Cuando fuimos al fondo a buscar cerezas.

Qué lo parió...cómo cambian las manchas che....

viernes, 25 de enero de 2008

Y la dañina pasa a retiro

Qué bueno es saber, que la gente que uno odia con toda el alma, se retuerce de la ira. Qué bueno. ¿Mala yo? No creo. Justa.

Misceláneas

"Un amigo me hizo photoshop en los dientes."

jueves, 24 de enero de 2008

La sociedad de los poetas muertos

La niña de las flores ha caído. El último bastión. No más reina de la vendimia.
Si los astros se posicionan, el ratón, tendrá nueva cueva.

miércoles, 23 de enero de 2008

Florecer en el recuerdo




Vivían en un pueblo con vides y acequias. Allí, donde las aceitunas y las humitas no faltaban en la mesa. Donde las calles eran de tierra aún y el zonda soplaba cada tanto. Pienso en ellos e imagino una foto en sepia, de esas que están borroneadas en los bordes y firmadas por el fotógrafo local. Solían pasar las tardes en los jardines de una casa abandonada. Una casa antigua, señorial, de tres pisos y revestimientos de madera. Muchos años antes había funcionado un orfanato y hacía ya tiempo que había comenzado a deteriorarse. Pero a pesar del clima seco, el jardín a su alrededor parecía conservar la humedad de las temporadas de lluvia. Y crecía verde, frondoso y perfumado. Ella fue siempre amante de las flores. Y caprichosa. En medio de ese jardín, se erguía un árbol de magnolias. Y quiso el destino, que él cayera desde la copa, empecinado en halagarla. Ella tuvo su flor y la pena de un húmero fracturado como prueba de amor. En ese entonces, ninguno de los dos, llegaba a los diez años.

martes, 22 de enero de 2008

Los niños mozos


Son compañeros de trabajo. Ella es un poco mayor que él y lleva un tatuaje en la espalda. De flores, o algo parecido. Tiene la voz dulce y los modos sencillos. Él es un arrebato. Ella es precavida, buena hija, buena empleada, buena esposa. Él vagó por el mundo buscando su espacio. Y se asentó, pero aún no tiene heladera. Ella vive con su marido, aunque duermen separados. Desde hace meses, él sólo vive para ella. Y ella lo evade, lo busca, lo pelea, interroga, lo acerca, lo aleja, lo llama, le cuestiona, lo olvida hasta que vuelve a buscarlo. Y allí está él, poniendo siempre la otra mejilla.

Ayer lo llamó y le dijo que no hiciera planes para la noche. Fue a su casa y el sol de la mañana los encontró exhaustos sobre un colchón de una plaza.

Esta tarde, cuando él regresó a su casa con la heladera en la camioneta del fletero, ella ya había comprado unas cucharitas para el café.

lunes, 21 de enero de 2008

Misceláneas

"Mami, ¿Cuándo vamos a lo de la doctora Elizabeppp?"

domingo, 20 de enero de 2008

Fabulera

Ella exagera, no miente. Siempre me contó historias de fantasmas, apariciones, enanos de jardín, caballos que rodeaban la casa arrastrando cadenas y por supuesto, como no podía faltar, la luz mala. Uno de sus tantos relatos, quedó grabado en mi cabeza desde que tengo uso de razón. No interesa quienes, iban en un auto andando en la ruta, de noche, obvio, cuando sintieron un golpe en el techo e inmediatamente apareció del otro lado del parabrisas, "una bola de fuego con cara". Esas eran sus palabras. Y así como llegó, se fue. No sé por qué me impresionaba tanto esa imagen, porque ha contado cosas mucho peores. La cosa es que muchos años después, un poco más de un lustro atrás, yo vi esa bola de fuego pintada en el techo de la catedral de Escobar. En su juventud, ella vivió a un par de cuadras de allí. Pero no creo que mienta. Ella jamás fue a misa.

jueves, 17 de enero de 2008

Baba

Y éste, es el hombre de mi vida.



Papita pal loro

Ésto señores, es una boca.



Never tear us apart

Era el patio de una casa vieja. Pasto en los costados y un camino irregular de cemento en el medio. Me habían pedido que llevara lamparitas rojas, para ambientar el comedor. Y como jamás se me hubiese ocurrido que venían así de fábrica, no tuve mejor idea que pintarlas con témpera. Por supuesto, que a los cinco minutos de estar encendidas, comenzaron a quemarse y a producir una humareda que de continuar puestas, algún vecino hubiese llamado a los bomberos. La cosa es que para no romper con el ambiente, prendimos velas en toda la casa.
Estábamos los dos afuera, parados sobre el camino irregular y apoyados sobre la medianera. Me recuerdo con una copa en la mano. Las ventanas que daban hacia el comedor, estaban abiertas de par en par. La música sonaba dentro. Comenzó a cantar Michael Hutchence, "Don't ask me, what you know is true"...Él me tomó de la mano, dejó mi copa sobre el piso y me llevó hacia adentro casi corriendo. Hacía tanto que no bailaba un lento.

miércoles, 16 de enero de 2008

Ducha fría


Era casi irreal. Una imagen digna de mis puras fantasías. De una estatura perfecta y un caminar sugerente. Tenía el cabello negro. Largo, desparejo y despeinado. Andaba siempre vestido de negro. Igual que yo. Tenía las manos angostas y los dedos infinitos. Solía mirarme casi cerrando sus párpados, y se mordía el labio inferior. Tenía una personalidad enigmática, casi esotérica. Su voz era profunda, grave y musical. Hasta el nombre era prodigioso. Cuatro letras, vocal cerrada inicial. El detalle es que era el mejor amigo de mi novio. Y eso, en ese momento, era un problema para mí.

Cierta tarde, terminé en su casa. Me dijo que iba a pedirme un favor e inmediatamente, sin aclarar más ni esperar mi respuesta, me condujo de la mano hacia el baño. El trayecto por ese pasillo se me hizo interminable. Ahondaba en mi cabeza buscando la excusa perfecta para negarme. O para acceder y luego dar explicaciones. Entró primero al baño, y cerró la puerta detrás mío. Yo me preguntaba por qué, si en la casa no había nadie. Cruzó los brazos delante suyo tomando su remera. Y se la quitó casi en cámara lenta. Abrió la canilla de la bañera y me preguntó si le lavaba el cabello. Cómo negarme, aunque ésa, no era una de las posibilidades que había analizado en los cuatro metros anteriores.

Años después, volvimos a encontrarnos sin compromisos paralelos. Pude confesar mis fantasías y supimos reírnos de aquella tarde. Y ya más grandes, aprendimos a no dejar cosas pendientes.

lunes, 14 de enero de 2008

Misceláneas

..."¿Cómo se llama el que escribió 100 años de soledad? Me sale Macaya Márquez."...

A penny for your thoughts


Nos sentamos enfrentados en ese café de mala muerte. Apoyé mi codo sobre la mesa y mi cabeza sobre la mano derecha. Mis dedos escondían mi boca, que no podía dejar de hacer esa mueca tan mía. Estabas mirando hacia abajo, estudiando la carta escueta dentro de un folio. Miré tu silueta. Tu cabello corto y despeinado. Tus canas tan nuevas. Busqué tus ojos, pero se empecinaban en esquivarme. Tenías la barba desprolija, y cuánto me gustaba. Habías dejado el sweater a tu lado, en una silla. Tenías puesta una remera gris, del mismo gris que lloraba el cielo afuera. Se me ocurrieron un millón de temas para empezar, pero sólo me atreví a pedir un café. Solo, porque no me gusta la leche. Vos mirabas hacia afuera, impaciente. Yo buscaba dentro tuyo, moría por ahogarme en vos. Tus manos daban pequeños golpes sobre la mesa, pero no había música. Crucé mis piernas e intencionalmente rocé las tuyas. Estudié tu resistencia y me provocaba buscarte aún más. Mirabas hacia el costado, por la ventana, y no dejabas de mostrarme el cuello. Justo a mí, que siempre fui adicta a los vampiros. Llegó el café y con él, el final. No esperaste siquiera a que el mozo terminara de apoyar los vasos de soda en la mesa. Le pagaste con un billete de diez. Y le dejaste el vuelto de propina.

sábado, 12 de enero de 2008

Rastro

Pensó en mandarle un mensaje al celu. Pero le pareció un desperdicio. Si había algo que admiraba en ella era su suspicacia tan arraigada. Pensó en llamarla directamente, pero se dio cuenta de que no tenía el número de su casa. Y no quería oír su voz entrecortada. Quería medir cada silencio en su sorpresa cuando escuchara su voz. Pensó en dejarle algunos mensajes ocultos entre sus papeles, de esos que sólo ella pudiera leer. Y así llevarla a algún otro lugar donde pudiera decirle lo que quería. Pero se dio cuenta, que todo, absolutamente todo lo que hiciera era en vano. Si no iba sola, era porque no quería ir. Y entonces, ¿Qué sentido tenía insistir?

viernes, 11 de enero de 2008

Serás lo que debas ser, o serás abogado


Iba yo sentada en el 61, el primer día de clases de mi tercer año de abogacía. Un par de cuadras antes de mi parada, algo, no se qué, me sacudió la cabeza. Y pensé, ¿qué estoy haciendo? Ya casi había llegado. Bajé del colectivo, y decidí buscar a mi amiga para decirle que no volvería a clases. No tenía la menor idea sobre qué iba a hacer después, incluso, si haría algo. Pero de algo estaba segura, y era que de ese edificio tras el puente sobre Figueroa Alcorta, no sacaría nada bueno. Ya no había sol, cursábamos en el turno noche. Subí al segundo piso, y allí estaba ella. En la puerta del aula.

-¿Vamos a tomar un café? Quiero hablar con vos.

-Dale, yo también tengo algo que decirte.

Y resultó que ninguna de la dos empezó ese año la facultad. Ella se fue a vivir a Mar del Plata tras los pasos de un señor con slip ajustado y salvavidas naranja. Y yo, me compré la Guía del estudiante de ese año, para terminar siendo lo que soy. Ella hoy, es abogada.

miércoles, 9 de enero de 2008

Chau lolo, chau eh...

El muy cobarde se fue. Huyó, diría yo. Cuando desenchufé la heladera y descongelé el freezer, ahí estaba, durito y frío como siempre. Con esa sonrisa que sólo esbozaba para las fotos. Soberbio, cruel, ruin. Detestable desde todos sus ángulos. Y cuando me fui, me quedé con las ganas de muchas cosas; entre ellas de escupirlo en la cara. Pero como ningún loco come vidrio, y aún no me había firmado la licencia, tuve que quedarme calladita la boca.
Hoy, desde tan lejos, estoy disfrutando su ausencia. Por mí y por los que se quedaron.

lunes, 7 de enero de 2008

Palabrerío

-Mami, ¿Me leés este cuento?
-A ver, traelo.
-¿Quién tiene orejas muy largas y el pelo suave, muy suave? Si lo ven dando saltitos...¡Seguro que alguien lo sabe!
En la siguiente página se abre una tapita que muestra a un conejito todo espumoso.
Así, con todos los animales de la granja.
-Otra vez ma, otra vez.
-No, es hora de dormir. Contáselo vos a Taki mientras yo le preparo la mema.
....
-¿Quién tiene las orejas largas, es suavecito y maricón?

domingo, 6 de enero de 2008

Ni oro, ni incienso, ni mirra


Él se fue una noche sin dar explicaciones. Dejó su ropa, sus libros, sus cds. Sólo se llevó el cepillo de dientes. Ella entendió que no volvería, ni siquiera ocasionalmente. No cambió la cerradura, no vació el placard, y cada tanto buscaba entre su ropa de lana algún vestigio de su perfume. Dormía en el mismo lado de la cama, no se atrevía a acercarse al medio. Continuó levantándose a las 6 y media. Cada mañana se daba cuenta de que la ducha y el baño entero le pertenecían sólo a ella. No usó más la tarjeta de crédito. No quería provocarlo. Se volvió adicta al contestador automático, y se compró un teléfono con caller id. Él había desaparecido del mundo. Dejó su trabajo, el fútbol de los jueves debajo de la autopista, y el curso avanzado de inglés técnico. Ella lo buscó, hasta en las cartas del tarot, y no encontró el mínimo indicio. Tomó cuenta de la fecha. Era 5 de enero. Bajó las escaleras y puso junto a los zapatitos de sus hijos, su par de sandalias.

viernes, 4 de enero de 2008

Octogenaria

Ella llamó para saludarme el 30. Tiene la costumbre de llamar siempre un día antes en cualquier acontecimiento que requiera un saludo, por temor a no poder comunicarse el día que corresponde. Ella cree que estamos pendientes de su llamado o de su olvido. En caso de existir algún inconveniente en la comunicación, es capaz de enviar una carta. Nada puede hacernos creer que se olvidó. Ella cree que será juzgada y quemada en la hoguera. A veces, se confunde, o me confunde. Y cree que llamó el día correcto. Tiene la capacidad de hacerse la víctima, y no deja de hacerlo. Todavía, a su edad, maneja los hilos de más de uno.

jueves, 3 de enero de 2008

Las odaliscas no la dejan escribir

Prendió la luz del escritorio. Encendió una vela con perfume a vainilla y todavía podía olerse en la habitación el sándalo que ardió en un sahumerio un rato antes. Fue hacia la cocina. Buscó su copa y tomó la botella que estaba destapada sobre la mesada. Sirvió vino, de ese de más de doscientos pesos la botella, que le regalaron para año nuevo. Cuando volvía hacia el escritorio, se detuvo y regresó a la cocina. Pensó en llevarse la botella consigo, para no tener que interrumpir nada más tarde, cuando quisiera una segunda copa. Corrió la cortinas, para ver soplar el viento afuera. Puso su música bajita y encendió la pc. No sabía lo que escribiría esa noche. Pensó en las hermanas Cayunao. Pero no, no era la noche para eso. Mejor dejarlo para las entendidas que están del otro lado de la camarita. Encendió un cigarrillo y entendió que ya había escrito suficiente.